La respuesta, aunque todavía necesita más indagación, parece residir en el hecho de que el consumo de ciruela seca incrementa la presencia en la sangre de un compuesto llamado IGF-1 que estimula la formación del hueso. También las ciruelas secas son muy ricas en polifenoles. En concreto, podemos hallar ácidos cafeico, ácido clorogénico y neoclorogénico, ácido cumárico o ácido cafeolquínico; todos ellos esenciales para el hueso. Sin ir más lejos, el ácido clorogénico protege de los daños causados por el estrés oxidativo a los osteoblastos, las células encargadas de la producción del hueso.
Lo cierto es que esta investigación no es la única que ha abundado en los excelentes resultados de una dieta con ciruelas secas en pacientes con osteoporosis. Así, podemos citar la investigación realizada en 2010 en el Departamento de Medicina de la Universidad de California que demostró que las ciruelas secas no solo ejercen un efecto preventivo, sino que también puede revertir el daño causado al hueso por la descalcificación.
Lo mejor de todo es que no es preciso consumir una ingente cantidad de ciruelas secas para empezar a combatir la temida osteoporosis. Los estudios realizados hasta la fecha han demostrado que tan solo comiendo cinco ciruelas secas al día podemos prevenir la pérdida ósea tan habitual en las mujeres posmenopáusicas.